No era suficiente con poner al rey en portada para hacer profesión de fe monárquica. El ABC encargó a uno de sus principales periodistas que detallara las “cinco razones por las que la monarquía es un sistema mejor”. Al igual que con las cinco vías con las que Santo Tomás demostró la existencia de Dios, ya tenemos un corpus ideológico con el que impresionar a las amistades en cualquier discusión sobre la jefatura de Estado.
Definitivamente, los interlocutores quedarán francamente impresionados cuando se enteren de que la monarquía “es un sistema más moderno”.
La República es un sistema más natural; es decir, es más elemental, más retrasada. Toda la civilización es una resta a lo natural. Todo lo que es más natural es más inferior. El reparto comunal de los bienes es más natural que la propiedad. Toda la civilización —los Reyes, la propiedad, el contrato matrimonial— implica un elemento de modernidad y es complicación y artificialismo, sobrepuestos, como freno y límite, a esas naturalidades. Como son también añadiduras a lo natural la educación, los modales o la corbata. Y precisamente por la elaboración y decantación a través de los siglos que conlleva una Monarquía, hay que entender que no está en la mano de cualquier pueblo tener una Monarquía, pero sí lo está el tener una República. Una revolución se hace en 24 horas; una Monarquía resulta de la decantación de los siglos.
Y para que no haya confusión sobre las inmensas ventajas de esta institución realmente antigua, el autor cita a una fuente tan autorizada como José María Pemán, el fino reaccionario gaditano que nunca encontró una dictadura que no le gustara.
Rabiosa modernidad.
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Imagen: la corte de Alfonso X.
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