A pesar de la propaganda, de las mentiras sobre los sueldos de los liberados y del ataque permanente contra los sindicatos, las masivas manifestaciones de ayer fueron un éxito: cientos de miles de personas dejaron claro en la calle que no van a rendirse sin más, que no van a permitir en silencio que el Gobierno de Rajoy pisotee sus derechos. Desde el Partido Popular y sus medios afines ya están restando importancia a la protesta del domingo. Se equivocan. Si la primera gran movilización ciudadana contra el decretazo le parece al PP y a sus mariachis pequeña, irrelevante, irresponsable, rencorosa o trasnochada, que esperen unos cuantos meses. Bastará con que los verdaderos efectos de la reforma laboral se hagan patentes –más paro, despidos de oferta y sueldos aún más baratos– para que las protestas que vengan después hagan que el 19-F parezca una simple broma.
Se equivoca también el Gobierno y su coro mediático con esa evidente campaña de desprestigio contra los sindicatos, esas organizaciones que quieren aparcar como obsoletas los mismos que defienden la vuelta al siglo XIX como única solución contra el paro. Les pueden pasar dos cosas: que se les vaya la mano y su propio prestigio quede tocado –qué hipócrita resulta ver al PP criticar la falta de transparencia de los sindicatos cuando ellos mismos no aclaran los sobresueldos que pagan desde Génova, un dinero que también es público–. O que esta campaña sea un éxito y, muertos los sindicatos, tengan enfrente a un rival mucho más peligroso para la estabilidad social de España: a una protesta amorfa e incontrolable, sin líderes ni interlocutores claros, a unas movilizaciones a la griega, a un nuevo 15-M desbocado.
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